martes, 11 de mayo de 2010

Un pasado en las tabernas colgantes.





Apareció ante nosotros un sendero escarpado, del que colgaban multitud de tabernas y capillas.
Dudábamos entre nuestro vicio y nuestra fe y, en verdad os digo, que nuestra fe era fuerte y era pura y esto fue lo que nos permitió no ceder ante el vicio de la iglesia

Curiosamente todos los curillas estaban sorbiendo licores, inmaculadamente, con el traje de los domingos.
También eran, así mismo, unos santos.

Accedimos a una de las tabernas aéreas con gran precisión, esto fue posible, gracias a que El Mesías nos llevó a todos en volandas y a que tenía la vista de un lince.
Me sentía célibe.
Podría estar segando la mies, pero en su lugar, me dedicaba a bailar semidesnuda y prodigaba sonrisas por doquier, como si fuese una meretriz nerviosa.
Me agasajaron con unos billetillos que introducían, con mucha devoción, en mis bragas de clareo, esto elevó tanto mi espíritu, que me vi a mí misma encima de un palio, siendo paseada en romería, mientras mis fieles colgaban sus limosnas de mí.
Pequeñín confundió a un cura con una mujerzuela, y con mucha educación, lo cortejó por espacio de varias horas apoyado en un palillo.

El Mesías organizó una timba y se jugaron varias meriendas.
Se levantó en medio de una partida, aullando al cielo que aquellos ensotanados no jugaban limpio.
Los mandó crucificar por triplicado.

Pele conversaba con un frailecillo con corbata, que lucía, así mismo, un curioso liguero bastante insinuante y se iba escondiendo detrás de un taburete, a medida que avanzaba la conversación.

-Y dígame padre, ¿podría usted obrar aquí un milagro, a enredar?
-Ese es un don que yo no poseo.
-Pero entonces, ¿a qué se dedica?
-A predicar la palabra.
-¿Qué palabra?
-La de Dios.
-No es una sino tres y a mí no me gusta que me mientan.

Y así diciendo, levantó al curilla en vilo sujetándolo de una pestaña.

“¡Milagro!”

Corearon una prole de querubines borrachos ataviados con tutú.

Me noté un tanto deshonesta.
Me arrimé a la barra fingiendo un orgasmo y solicité, compulsado y por escrito, varias rondas a lo que parecía ser la santísima trinidad.

Nos sirvieron a todos una tapa de hostias.

Acto seguido, confesé a varios curas en un reservado.
Me puse la mochila con sus pecados a la espalda y me reuní con mi animado grupo de amigos.

Les conté que no había allí alcohol suficiente para borrar todo lo que yo había oído, pues era mucho, acerca del pastor y sus ovejas.
Les dije que si era así como se cuidaba de un rebaño, que era preferible que viniesen ya los lobos, que yo misma los invitaría aun trago a todos.
Pele dijo que esa era una feliz idea, pues nosotros mismos parecíamos una manada de coyotes cubiertos como estábamos con nuestras pieles, y que se le estaba antojando sodomizar a alguna oveja que otra, pues le habían echo ojitos desde el rincón.

Al punto pedimos otra ronda.

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