martes, 3 de marzo de 2009

El circo y la Segadora


Me coloqué en posición con la bandeja de cacahuetes.

A mi lado se sentaba una mujer variopinta, que me recordaba insistentemente a alguien. Fue al dirigirse a mí, cuando supe que aquella mujer era mi igual, la desdentada, la que no había cruzado jamás la aduana del sentido común.
Me miró a través de cuatro pestañas y, suspirando, musitó:

-¡Tengo tanta tendencia a desdoblarme!

Inmediatamente aplaudí y le casqué tres cacahuetes para abrir boca.

-¿Dónde está nuestra amiga común, la señorita Mínguel?-pregunté, pues no había vuelto a hablar del tiempo desde entonces.
-Oh, se halla aquí mismo.- y me señaló ladina.

Se distrajo, levemente, sacándose restos de cacahuete de entre un par de dientes, equidistantes entre sí, de los que le quedaban en la boca, y acto seguido me pidió que le despachase algún bebistrajo, por clemencia.

-Dese cuenta, de que llevo equis días sucesivos alimentándome únicamente de achicoria.-me espetó a tumba abierta.
-Yo es que llevo toda la vida cobrando en negro.- dije, obsequiándola con un chupito de licor café.

Su rostro se iluminó cándido, y departimos animadamente como dos colegialas sudorosas en clase de gimnasia.

Chupamos aquella botella profesionalmente.

-¡Quédese con mis emolumentos!-gorgoteó.
-¡Y usted con mis condolencias!-transferí generosa.

Después de intercambiar varios títulos universitarios, nos dedicamos a contabilizar nuestros respectivos méritos.
Ninguna de nosotras superó la prueba de acceso y suspendimos copiosamente.

Abrí una petaca de Cointreau y nos despiojamos durante la actuación de la trapecista.

Se guardó una liendre como recuerdo.

-Tengo planeado unirme al circo.-me graznó en un agujero de la nariz.- ya que poseo varios dones, que compaginan perfectamente entre sí.
-Quizá, posea usted también alguno de los míos.-salpiqué.

Me sonrió como quien sufre un calambre.

-Voy a languidecer un rato.-concluyó.

La dejé abrazada a la petaca y me abalancé entre las filas de espectadores, vendiendo maní.

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