miércoles, 16 de diciembre de 2009

Mi cuarto 4


Entonces, cuando me hallaba a merced de estas nuevas sensaciones y completamente mamada, ocurrió algo inesperado:

Me dormí.

Me despertó un puntapié en pleno riñón.

-¿Qué haces ahí tirada con ese cuchillo y esa botella?

Era mi hermana que tenía el tremendo vicio de madrugar.

-Estoy durmiendo, ¿no lo ves?-farfullé.

-¿En las escaleras?

Me fui familiarizando con la situación y percibí pequeños retazos, que semejaban mucho a unos calambres cerebrales, de lo que había pasado la noche anterior, a la vez que reprimía unas arcadas inminentes.

-Entonces, ¿estáis todos bien?-inquirí, mientras me incorporaba precariamente.

-¿Quiénes?-preguntó mi hermana haciéndose la loca.

-Papá, mamá y tú.

-¿Y por qué no íbamos a estar bien?- cuatro preguntas en menos de dos minutos, mi hermana era la reina de las inquisidoras, ahora que lo pienso jamás la oí afirmando nada en concreto.

-Porque anoche escuché ruidos y voces arriba y pensé que alguien había entrado a robar…

No le dio tiempo a contestarme, pues así como estaba, desde el suelo y blandiendo mis poderosas armas, vi venir a mis padres y a un par de formas humanas que resultaron ser mis tíos de Madrid.

Los cuatro se quedaron mudos al verme, mi padre no le quitaba ojo a la botella, a la que le quedaban tres tragos cortos, mientras mi madre aparentando normalidad, pero fulminándome con la mirada, me explicaba que mis queridos tíos, allí presentes, habían llegado anoche de madrugada, para pasar unos días con nosotros y que, por favor, los fuera a saludar.

Comprendí que los intrusos eran ellos, que no había ni hubo ningún ladrón/asesino y que por tanto mi padre no tendría piedad de mí por haber profanado su alcohólico arsenal.

Mis tíos eran unos aprovechados anuales que en lugar de irse de vacaciones a un hotel, campaban por nuestra casa y nos saqueaban las existencias, hubiera preferido que realmente se tratara de ladrones de verdad en lugar de mis parientes, porque los ladrones vienen, te asaltan y se van, pero estos otros se quedan y ni siquiera puedes denunciarlos.

Me levanté penosamente dejando en el suelo todo mi armamento y noté que el mundo seguía girando, pero a lo loco.

Conseguí aproximarme hacia el grupo compacto de personas que se arrellanaban al final de la escalera.

Los percibía de manera difusa, como a través de un miasma y en medio de mi magnífica resaca vi como se intercambiaban bocas y ojos, llegando a tener incluso tres en un solo rostro.

Llegué por fin a su altura y con un esfuerzo sobrehumano, saludé a la que decidí que era mi tía con un gruñido y dos amagos de beso en alguna parte indefinida de su cara, creo que notó el tufo a garrafón que yo desprendía con total inmunidad, pero lo disimuló divinamente.

Noté un mareo repentino seguido de varias convulsiones tipo tsunami y cuando me disponía a besar a mi amantísimo tío y dar de esta manera por clausurada la ceremonia de bienvenida, deposité limpiamente el contenido de mi sufrido estómago sobre él y por ende sobre mi tía, que estaba a su vera.

Por supuesto, también salpiqué copiosamente a mis orgullosos padres, que quedaron, así mismo, bautizados con una finísima capa de barniz.

Sólo se salvó mi hermana, que siempre ha sido una chica con suerte y que emitía una amplia gama de exclamaciones según se iban sucediendo los hechos, y es que mis tíos y mis propios padres me devolvieron el saludo a su vez de la misma manera y estuvimos vomitándonos unos a otros por espacio de varios minutos, hasta quedar desfallecidos.

Sobraban las palabras.

Tras estos saludos de rigor, que esperaba que no se convirtiesen en una costumbre en mi familia, y aprovechando el estado catatónico en el que se hallaban por mi actual comportamiento, me excusé graciosamente y me retiré rodando, escaleras abajo, a “mi cuarto” para no salir jamás.

Mi cuarto 3


Allí me avituallo, como dios manda, con un par de tragos del coñac barato de mi padre para darme ánimos.

Aun apuro otro.

Estando ya media borracha me veo mucho más capaz de salvar el mundo.

Incluso prescindo de mi escudo casero y lo sustituyo por la botella de Soberano.

Supongo que mi dudoso padre no se enfadará conmigo por birlarle su tesoro, teniendo en cuenta que me dispongo a salvar su vida.

Me parece que en mis diecinueve años de existencia, mi padre y yo, habremos cruzado unas cincuenta palabras sueltas y una media docena de frases completas, amén de varios conatos de comunicación abortados.

Nos llevamos bien.

Creo que repté hasta el pie de las escaleras como mejor supe, tenía ante mí el primer escalón, allí contemplé aquella larga fila de peldaños y pensé en un patíbulo.

Me regalé otro trago de inmediato.

Comencé a subir, lo hacía lentamente y con mucha discreción, aunque de vez en cuando me descubría perdiendo un poco el equilibrio y tuve que apoyarme ora en la pared ora en la barandilla y en algún momento hasta me sujeté con una uña.

Al llegar a la mitad, más o menos, distinguí un sonido como de voces que venían de arriba, parecían suaves, susurraban, pero eran audibles.

Paré en seco, intentando encajar aquel nuevo dato dentro de mi mollera para ver si le sacaba una solución al rompecabezas que se estaba formando esa noche.

Me senté en aquel peldaño equipada con el colosal cuchillo y con mi botella de coñac mediada y medité.

“Vamos a ver, si yo fuese un ladrón o un asesino y me dispusiese a allanar una propiedad ajena y privada, intentaría hacer el menor ruido posible y no me pondría a dar voces ni a interrelacionarme amistosamente con los posibles inquilinos del supuesto inmueble, hasta aquí todo correcto.

Entonces, esos de ahí arriba, es posible que o bien:

a) No son ladrones/asesinos profesionales, sino unos chapuzas.

b) Lo son y por eso van sobrados y se permiten el lujo de hacerse notar.

c) No lo son, pero sin embargo se trata de unos locos peligrosos a los que se la sopla que los descubran, es más, disfrutan con ello por que están tronados a más no poder y se regodean torturando a sus presas como sicópatas que son.”

Aquí paré de meditar y me racioné sendos tragos en una abrir y cerrar de ojos. Tanta meditación me estaba acojonando.

Me puse en pie de nuevo, y me volví ciega al instante.

Tanteé en el aire para encontrar algo a lo que sujetarme y me acomodé en los mullidos peldaños al tiempo que una risita floja amenazaba con salir de mi garganta.

No es que ya no tuviera miedo de lo que pudiese haber arriba, es que tenía una falta de interés total por todo el asunto en sí, me daba igual que una remesa de asesinos en serie anduviera pululando por allí o que estuviesen sodomizando a mi familia en masa.

Nada de eso me importaba y al mismo tiempo estaba ampliamente risueña.

No me extrañaba que mi padre tuviese tanta afición por los licores, porque aquel brebaje me hacía sentir de puta madre.

Mi cuarto 2



Me quito despacio el esparadrapo de la boca.

Así es, “duermo” con un esparadrapo tapándome la boca.

Pensarán que no ando muy bien de la cabeza, pero es simple precaución.

Ya tengo demasiados orificios al descubierto como para andarme con tonterías.

Seguramente, todo el mundo sabe ya, que a lo largo de nuestra insignificante y pulida existencia, engullimos de manera fortuita, una media docena arañas mientras dormimos, entre otros especimenes, por supuesto: ciempiés, hormigas, mosquitos, cucarachas… y yo no estoy dispuesta a añadir ninguno más al zoológico de mi estómago y convertirlo en un auténtico muestrario de insectos.

No puedo hacer mucho por el resto de mis pequeñas cavidades que están a merced de cualquier intruso, pero conservo la sólida esperanza de que quienquiera que entre en ellas salga después educadamente.

Me preguntaba cómo era posible que, armando semejante barullo, mis progenitores no se despertaran de su profundísimo sueño.

Escapa a mi capacidad de comprensión la facilidad que tienen algunas personas para dormirse en cualquier parte.

Te están hablando y seguidamente ya las oyes roncar o silbar, así, si más, parece que no hay ningún preámbulo entre una cosa y otra, y eso me pone de una mala hostia de mil pares de cojones, a demás de dejarme con la palabra en la boca.

Me encuentro en medio de un dilema, no logro decidirme entre asomarme al exterior de mi precario cubil o quedarme aquí dentro relativamente a salvo.

Soy una cobarde, mi familia entera está en peligro y yo soy la única que se percata de esta contrariedad.

Debería actuar.

Pienso en una nutrida recua de héroes mitológicos para darme fuerzas, pienso en Juana de Arco, en el Cid Campeador, también en el Teniente Colombo, aspiro una bocanada de aire viciado y me “veo” a mí misma acercando mi mano al pomo de la puerta, lo giro muy despacio, como si estuviese relleno de nitroglicerina, llego a su tope y entonces empiezo a abrirla.

Mis ojos están acostumbrados a la penumbra de mi “cuarto”, por lo que el exterior se me antoja una orgía luminosa, una verbena de luz, vaya.

Mis pensamientos van desde apropiarme de un cuchillo de grandes dimensiones en la cocina, tipo peli barata, a llamar a la policía con el consiguiente tiempo de espera infinito, en el que los malhechores tendrían ocasión de acabar con todos nosotros varias veces, incluso barajo la posibilidad de salir pitando de allí y no parar de correr hasta el puto fin del mundo.

Soy muy primitiva, por lo que me deslizo hasta la cocina y me adueño de un cuchillo gigante que mi dulce progenitora usa para despedazar pollos indefensos.

Me armo también con la tapa de la perola más grande del ajuar doméstico de mi madre.

Parezco un gladiador de andar por casa, sabiendo que arriba me esperan los hambrientos leones y el Cesar.

Me replanteo la opción de volver a mi guarida y fingir que soy invisible o, en su defecto, una escoba, pero me puede la curiosidad como a un gato retrasado y me transporto con el máximo sigilo por los lindes de mi hogar.

Estoy descalza, mis pies se pegan continuamente al suelo dificultando mi avance, pero ahora ya es tarde para solucionar este contratiempo así que no me detengo hasta llegar al mueble bar.

martes, 15 de diciembre de 2009

Albert Einstein


¿Tería Albert algún irmán chamado Frank?

Mi cuarto (1)


Noté un chirrido que estaba fuera de lugar y abrí los ojos todo lo que pude, cosa esta bastante absurda debido a que, de momento, todavía no soy capaz de ver en la oscuridad de mi habitación.

Pasó un lapso de tiempo sin que nada se moviera, esto también era extraño, porque me dio a entender que todas esas pequeñas criaturas, que salen de noche impunemente a pasearse sobre nuestros cuerpos inertes, se habían detenido en su perpetuo vagar.

Me erguí en mi lecho de pesadillas como un resorte neurasténico y cogí mi camiseta azul de los pies de la cama con los ojos cerrados.

Otra cosa que me parece curiosa a la par que completamente inútil, es que cada vez que maniobro en las tinieblas, cierro los ojos, cuando está clarísimo que, por fuerza, no vería nada aunque los tuviese abiertos a más no poder.

Me levanté como una pluma, suavemente y casi incorpórea.

Aquel silencio no me gustaba en absoluto.

Quería ir a la habitación de mis padres para avisarles de que probablemente había ladrones o psicópatas rondando por la casa, pero no sabía si me daría tiempo.

Mi habitación queda bastante apartada del resto.

Yo “duermo” en un pequeño trastero al lado de la cocina, podría tener una habitación mejor, más amplia y mejor ventilada, lo sé, mi madre me lo recuerda a diario junto con una amplia y variada lista de defectos míos y algún que otro prestado, pero yo prefiero estar aquí.

Para empezar, el espacio es justo el que ocupa mi estrecho catre, que encaja a la perfección con las tres cuartas partes de este habitáculo al que llamo mi cuarto, y eso es precisamente lo que es, porque “mi cuarto” representa lo que esta egoísta cama deja para mí, un cuarto de habitación.

Yo así lo quise, no deseaba tener distracciones a mi alrededor que me impidiesen conciliar el sueño, no necesitaba libros, radio, o televisión, ni posters en las paredes, ni siquiera tenía una silla donde colocar mi ropa, lo dejaba todo a los pies de la cama.

El único lujo que me permito es una bombilla de cuarenta y una ínfima alfombra que me sirve para bloquear la luz que se filtra por debajo de la puerta.

Otra de las ventajas de este “cuarto”, es que no tiene ventanas, puede parecer una contrariedad, incluso un poco claustrofóbico y antihigiénico, pero para mí es magnífico que esto sea así.

No podría dormir si notase que la más mínima partícula de luz se cuela por cualquier rendija, y además odio las persianas.

Las detesto con toda mi alma, no soporto el insultante ruido que emiten al subirlas o al bajarlas, que aun siendo diferentes sonidos, son igual de aborrecibles.

No hay dos persianas que suenen del mismo modo.

Además da igual que intentes bajarlas lo más posible, más allá de su propio límite, que siempre habrá un hilillo de luz que penetre en la estancia jodiéndote el efecto.

Tampoco soy fan de las contraventanas, y aunque admita que son más silenciosas y por tanto estén mejor educadas que las malditas persianas, resultan también inútiles a la hora de oscurecer por completo un recinto.

Y no es que le tenga tirria a la luz, me gusta la luz, pero a su debido tiempo.

Opino que está sobrevalorada.

viernes, 11 de diciembre de 2009

O Parte


Cando tiña 3 ou 4 anos e xa tiñamos tele en blanco e negro na casa, recordo que sempre que se acababa unha serie de debuxos ou de aventuras ou do que fora, que a min me gustara ver, dábame muita pena, e consolábame pensando que tamén acabaría algún día o telediario e que porían outra cousa bastante millor no seu lugar.
¡Porque en que cabeza cabe que quiten a Billy Joe e o seu mono, e non quiten o parte!