martes, 15 de diciembre de 2009

Mi cuarto (1)


Noté un chirrido que estaba fuera de lugar y abrí los ojos todo lo que pude, cosa esta bastante absurda debido a que, de momento, todavía no soy capaz de ver en la oscuridad de mi habitación.

Pasó un lapso de tiempo sin que nada se moviera, esto también era extraño, porque me dio a entender que todas esas pequeñas criaturas, que salen de noche impunemente a pasearse sobre nuestros cuerpos inertes, se habían detenido en su perpetuo vagar.

Me erguí en mi lecho de pesadillas como un resorte neurasténico y cogí mi camiseta azul de los pies de la cama con los ojos cerrados.

Otra cosa que me parece curiosa a la par que completamente inútil, es que cada vez que maniobro en las tinieblas, cierro los ojos, cuando está clarísimo que, por fuerza, no vería nada aunque los tuviese abiertos a más no poder.

Me levanté como una pluma, suavemente y casi incorpórea.

Aquel silencio no me gustaba en absoluto.

Quería ir a la habitación de mis padres para avisarles de que probablemente había ladrones o psicópatas rondando por la casa, pero no sabía si me daría tiempo.

Mi habitación queda bastante apartada del resto.

Yo “duermo” en un pequeño trastero al lado de la cocina, podría tener una habitación mejor, más amplia y mejor ventilada, lo sé, mi madre me lo recuerda a diario junto con una amplia y variada lista de defectos míos y algún que otro prestado, pero yo prefiero estar aquí.

Para empezar, el espacio es justo el que ocupa mi estrecho catre, que encaja a la perfección con las tres cuartas partes de este habitáculo al que llamo mi cuarto, y eso es precisamente lo que es, porque “mi cuarto” representa lo que esta egoísta cama deja para mí, un cuarto de habitación.

Yo así lo quise, no deseaba tener distracciones a mi alrededor que me impidiesen conciliar el sueño, no necesitaba libros, radio, o televisión, ni posters en las paredes, ni siquiera tenía una silla donde colocar mi ropa, lo dejaba todo a los pies de la cama.

El único lujo que me permito es una bombilla de cuarenta y una ínfima alfombra que me sirve para bloquear la luz que se filtra por debajo de la puerta.

Otra de las ventajas de este “cuarto”, es que no tiene ventanas, puede parecer una contrariedad, incluso un poco claustrofóbico y antihigiénico, pero para mí es magnífico que esto sea así.

No podría dormir si notase que la más mínima partícula de luz se cuela por cualquier rendija, y además odio las persianas.

Las detesto con toda mi alma, no soporto el insultante ruido que emiten al subirlas o al bajarlas, que aun siendo diferentes sonidos, son igual de aborrecibles.

No hay dos persianas que suenen del mismo modo.

Además da igual que intentes bajarlas lo más posible, más allá de su propio límite, que siempre habrá un hilillo de luz que penetre en la estancia jodiéndote el efecto.

Tampoco soy fan de las contraventanas, y aunque admita que son más silenciosas y por tanto estén mejor educadas que las malditas persianas, resultan también inútiles a la hora de oscurecer por completo un recinto.

Y no es que le tenga tirria a la luz, me gusta la luz, pero a su debido tiempo.

Opino que está sobrevalorada.

2 comentarios:

  1. Tardé un poco en ler este tenia otras cosas en la cabeza pero ahora voy directo a la segunda parte,muy de tu estilo.Un abrazo.

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