martes, 3 de agosto de 2010
El hombre que quería a su camiseta.
Mi vida va en autobús porque es barata.
Desde aquí se pueden ver todos esos rincones que tanto me gustan, pero en los que nunca puse los pies, sólo los veo desde aquí.
Hay un tipo que me mira, está sentado cerca de mí y no me quita el ojo de encima, sé que es porque está loco y piensa en como rebanarme el cuello de la mejor forma, a lo mejor le gusto.
¡Señora!, la bolsa de pescado métala en el maletero.
Ella es una mujer muy creyente, pero no cree en las teteras. Siempre se sienta delante de mí y su olor no me deja respirar, anula todo el oxígeno en veinte kilómetros a la redonda. A veces discute consigo misma y suelta toda clase de ideas con las que no está de acuerdo y se enfada cuando se lleva la contraria.
Jamás deja su bolsa de pescado en manos de nadie. ¡Putos peces cristianos!
Este autobús nunca va por otros lugares, siempre por el mismo, si yo fuese el conductor, iría por otra parte, cogería a otra gente y no iría a la estación, los llevaría a todos a Helsinki.
Hay un hombre que sube antes que yo, es viejo y cuando baja lo hace serenamente y con equilibrio, pero cuando vuelve a subir a la vuelta siempre está borracho y a mí me hace gracia que esa sea su rutina. Creo que es un hombre inteligente. El más inteligente de todos.
¡Buenas noches!
Y Pele hacía manitas con su muñeca de trapo, mientras yo pensaba en ese viejo del autobús y me preguntaba si sería verdad y aquel hombre quería más a su camiseta que a su mujer.
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Cando era pequena os meus avós fixéranme levar unha bolsa de peixe no bus. Pasárao fatal da humillación que sentín. Ó mellor á señora esa pasoulle o mesmo e quedouse atrapada nun bucle.
ResponderEliminarÉ posible que xa se estivera transformando ela misma nalgún tipo de peixe, recordo unha veciña que sempre cheiraba a allo, cada vez que cheiro un acórdome dela.
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