martes, 24 de febrero de 2009

Allí dónde veas el carromato.



Entré en una taberna confundiéndola con un templo y me entraron ganas de confesarme en una de las cuatro esquinitas.
Pedí un trago de medicina, pues no necesitaba receta.
Me emocioné de la facilidad con la que uno se puede curar en un bar, incluso se me ofrecieron varios hombres para invitarme alegremente.
Me administré varias dosis, tuve, así mismo, que administrarme varios fulanos.

De repente, me sentí como si todavía llevara el traje de la primera comunión.
No me respondían mis facciones y gesticulaban a su antojo, haciéndome muy difícil el expresarme con claridad, por lo que aquellos hombres me interpretaron a su manera ¡y todos tan amigos!
Salí del bar con la elegancia de un mimo borracho.
¡Una gloria!

Entre la penumbra, vislumbré un poncho a lo lejos que resultó ser el mío.
Me precipité hacia él, pero él corría más que yo.
Los zapatos de tacón no me ayudaban mucho, me desprendí de ellos como lo habría hecho una artista de un circo.

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