viernes, 27 de febrero de 2009

La pequeña vida de un trashumante.


-Me pides cosas muy raras para ser feliz.-le dije a una esquina de la mesa.
-¿Con quién hablas?-pitó una voz a mi izquierda.
-¿Con usted?

Hubo un silencio, del cual todavía me andaba reponiendo, cuando me pregunté, donde estarían mis binóculos, si es que tenía unos, porque los necesitaba muy mucho.

Me di cuenta de que andaba sumamente inclinada sobre mi propio eje.
Recuerdo haber rozado algunos calcañales, con la punta de mi nariz, antes de perderme en una versión espectacular del nacimiento de Cristo.

Me recogió El Mesías, supe más tarde, tras seguir el rastro de mis babas, ayudado por Pele y Pequeñín, el cual había llegado a un acuerdo con el Hombre-bala, que resultó ser un gran negociador, subarrendándonos mi uniforme de vida alegre.

Decidieron seguir nuestro camino, pues había mermado peligrosamente nuestras reservas, no así nuestras amistades que se contaban ya por cientos.
Nos despidieron con cánticos y alguna contusión.

Y así, con gran donaire, El Mesías, Pele y Pequeñín, depositaron mi cuerpo inerte en el suelo del carromato, cubriéndome de gloria una vez más.

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