jueves, 19 de febrero de 2009

De cómo llegamos a un simpático calvero



Me hallaba un tanto perdida, no encontraba a Pele ni a Pequeñín, pero escuché un pitido agudísimo que parecía estar llamándome desde las profundidades de alguna oscura sima.

Vislumbré a la escueta tabernera, cuándo pasaba a través del ojo de una aguja y le pedí, por favor, un trago.

Seguía escuchando aquel pitido, cuando una vocecilla resonó en el calvero, indicándome que el té ya estaba listo.
Una tal señorita Mínguel, que apareció sentada a mi lado, me ofrecía unas pastitas en un plato.

-¿Azúcar o leche?
-Aguardiente, por favor.
-Correcto.

No sabía si me hallaba en presencia de dios o de la tetera de Milwaukee.

-Hace una noche soberbia, debo decir.-interpuso la señorita Mínguel.

Y al rato.

-¿No le parece que hace una noche estupenda?
-Me veo en la obligación de responder a esta pregunta.
-¿Y bien?
-Me parece que, en efecto, se trata de una noche sublime.
-Casualmente soy de la misma opinión.-cacareó mi anfitriona.

Al poco de estar intercambiando opiniones contrastadas sobre el estado atmosférico, se nos unió la mujer mal maquillada, que yo había perdido de vista, tras la trifulca con aquellos mozalbetes y que, por lo visto, tenía en su poder, nuevos datos sobre el parte meteorológico.

-Permítanme que les diga que, aunque sé que estoy algo tronada, me encuentro, no obstante, a merced de las circunstancias.
-¡Oh! ¿Le apetece una tacita de té?
-Sí, sí, así es.

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