Entonces, cuando me hallaba a merced de estas nuevas sensaciones y completamente mamada, ocurrió algo inesperado:
Me dormí.
Me despertó un puntapié en pleno riñón.
-¿Qué haces ahí tirada con ese cuchillo y esa botella?
Era mi hermana que tenía el tremendo vicio de madrugar.
-Estoy durmiendo, ¿no lo ves?-farfullé.
-¿En las escaleras?
Me fui familiarizando con la situación y percibí pequeños retazos, que semejaban mucho a unos calambres cerebrales, de lo que había pasado la noche anterior, a la vez que reprimía unas arcadas inminentes.
-Entonces, ¿estáis todos bien?-inquirí, mientras me incorporaba precariamente.
-¿Quiénes?-preguntó mi hermana haciéndose la loca.
-Papá, mamá y tú.
-¿Y por qué no íbamos a estar bien?- cuatro preguntas en menos de dos minutos, mi hermana era la reina de las inquisidoras, ahora que lo pienso jamás la oí afirmando nada en concreto.
-Porque anoche escuché ruidos y voces arriba y pensé que alguien había entrado a robar…
No le dio tiempo a contestarme, pues así como estaba, desde el suelo y blandiendo mis poderosas armas, vi venir a mis padres y a un par de formas humanas que resultaron ser mis tíos de Madrid.
Los cuatro se quedaron mudos al verme, mi padre no le quitaba ojo a la botella, a la que le quedaban tres tragos cortos, mientras mi madre aparentando normalidad, pero fulminándome con la mirada, me explicaba que mis queridos tíos, allí presentes, habían llegado anoche de madrugada, para pasar unos días con nosotros y que, por favor, los fuera a saludar.
Comprendí que los intrusos eran ellos, que no había ni hubo ningún ladrón/asesino y que por tanto mi padre no tendría piedad de mí por haber profanado su alcohólico arsenal.
Mis tíos eran unos aprovechados anuales que en lugar de irse de vacaciones a un hotel, campaban por nuestra casa y nos saqueaban las existencias, hubiera preferido que realmente se tratara de ladrones de verdad en lugar de mis parientes, porque los ladrones vienen, te asaltan y se van, pero estos otros se quedan y ni siquiera puedes denunciarlos.
Me levanté penosamente dejando en el suelo todo mi armamento y noté que el mundo seguía girando, pero a lo loco.
Conseguí aproximarme hacia el grupo compacto de personas que se arrellanaban al final de la escalera.
Los percibía de manera difusa, como a través de un miasma y en medio de mi magnífica resaca vi como se intercambiaban bocas y ojos, llegando a tener incluso tres en un solo rostro.
Llegué por fin a su altura y con un esfuerzo sobrehumano, saludé a la que decidí que era mi tía con un gruñido y dos amagos de beso en alguna parte indefinida de su cara, creo que notó el tufo a garrafón que yo desprendía con total inmunidad, pero lo disimuló divinamente.
Noté un mareo repentino seguido de varias convulsiones tipo tsunami y cuando me disponía a besar a mi amantísimo tío y dar de esta manera por clausurada la ceremonia de bienvenida, deposité limpiamente el contenido de mi sufrido estómago sobre él y por ende sobre mi tía, que estaba a su vera.
Por supuesto, también salpiqué copiosamente a mis orgullosos padres, que quedaron, así mismo, bautizados con una finísima capa de barniz.
Sólo se salvó mi hermana, que siempre ha sido una chica con suerte y que emitía una amplia gama de exclamaciones según se iban sucediendo los hechos, y es que mis tíos y mis propios padres me devolvieron el saludo a su vez de la misma manera y estuvimos vomitándonos unos a otros por espacio de varios minutos, hasta quedar desfallecidos.
Sobraban las palabras.
Tras estos saludos de rigor, que esperaba que no se convirtiesen en una costumbre en mi familia, y aprovechando el estado catatónico en el que se hallaban por mi actual comportamiento, me excusé graciosamente y me retiré rodando, escaleras abajo, a “mi cuarto” para no salir jamás.